El cuaderno de las pesadillas
Esto no es un libro aunque lo parezca y, aunque lo parezcan, las que están aquí no son historias. Lo que semeja ser un libro y las que semejan ser historias son una triste y aterradora colección de malos sueños. Son las noches que sufren las niñas y los niños pequeños desde el día en que sus padres les dijeron “Nos tenemos que separar”. Si las niñas y los niños no las cuentan a nadie es porque han descubierto que hay historias que no se pueden relatar con ninguna de las palabras que conocen. Por eso callan y se limitan a mirar con ojos redondeados de temor.
Los mayores –los adultos y los hermanos grandes- hemos nombrado “pesadillas” a éstas que parecen historias, y hemos decidido que no suceden en el mundo real.
“Son malos sueños”, les decimos a nuestros hijos pequeños o a nuestros hermanitas y a nuestros hermanitos, “abre los ojos, sólo abre los ojos”
Lo malo es que ellas y ellos ahora saben que debajo de los párpados, los ojos siempre están abiertos; saben también que se puede sufrir una pesadilla aunque no sea de noche y no estén acostados en su cama.
“Las pesadillas son como las sombras. Una vez que deciden adoptarte, se arrastran siempre tras de ti”
Esto es lo que ellas y ellos creen.
Una pesadilla más otra pesadilla más otra pesadilla más otra pesadilla acaban tocándose y convirtiéndose en un laberinto. Como un mundo sin salida. Girar y girar es el único movimiento que permiten los laberintos, así estén hechos de piedra, de hielo o de malos sueños.
El resultado de tanto esfuerzo giratorio siempre es un despropósito: el extravío.
Lo que quiero decir es que un laberinto de pesadillas no es el mejor lugar para perderse. Por eso ellas y ellos lloran. Por eso nos necesitan aunque no pidan ayuda.
La mejor manera de ayudar a las niñas y a los niños pequeños es comprenderlos. La única manera de hacerlo es seguirlos y entrar en sus pesadillas y soñar lo mismo que ellas y ellos sufren noche con noche y día tras día.
Es la única manera en que podremos darles la mano para ayudarles a salir.
Lo que digo es que hay historias que no decidimos conocer y sin embargo ellas deciden que las conozcamos. Son historias que se pegan a la piel como si fueran sanguijuelas y no se callan nunca.
Las preguntas que silenciosamente murmuran las niñas y los niños pequeños para no escuchar la voz de las pesadillas es “¿Qué quieren?” “¿A dónde me quieren llevar?” “¿Por qué a mí?” Esa es la pregunta que más se repite al interior de su cabeza como un eco “¿Por qué a mí?” “¿Por qué a mí?” “¿Por qué a mí?”
Y entonces piensan algo que tiene que doler ¿Y si ya nunca cierro los ojos; y si ya nunca vuelvo a dormir?
Lo que ellas y ellas quisieran saber es “¿Hasta cuándo?...” “¿Hasta cuándo el mundo volverá a ser como era antes?”
Por eso yo tuve que escribir este libro.
“¿Aprender a leer para leer un libro de pesadillas?”, se preguntarán ustedes con justa razón; así como yo, con justa razón, me pregunto también “¿Aprender a escribir para escribir un libro de pesadillas?”
Lo sé, lo sé.
Podía haber escrito otros libros, más felices, más luminosos, más suaves. Tengo tantas ideas para libros así: libros como abrazos, como besos, como caricias. Pero pensé que los seres humanos dormimos ocho horas de las veinticuatro horas de cada día. La tercera parte de nuestra vida estamos dormidos. Cerramos los ojos voluntariamente, o, involuntariamente, los ojos se nos cierran porque lo necesitamos. Es como respirar o como beber agua o como comer. Tenemos que respirar sueños, beber sueños, comer sueños cada día para seguir vivos. Pensé que yo podría estar escribiendo libros felices mientras los ojos de muchas niñas pequeñas y muchos pequeños niños comenzarían a cerrarse, y ellas y ellos empezarían a estar nuevamente perdidos y solos en su laberinto de malos sueños.
Hacernos responsables, de eso se trata. Responsabilizarnos de lo que creamos, sobre todo cuando lo que creamos fue el dolor y la infelicidad de las personas que más amamos: nuestras hijas y nuestros hijos
Por eso me guardé las buenas ideas y mis buenos libros.
Y me puse a escribir este libro para decirle a mi hija Fernanda y a todos las niñas y a todos los niños que alguna vez escucharon el adiós de sus padres: “No podemos hacer que el mundo vuelva a ser el de antes porque el mundo nunca sabe regresar por donde vino, nunca vuelve a ser lo que fue. Lo sentimos mucho, lo siento yo tanto, hija mía.
“Lo que sí podemos prometerles, lo que yo te prometo, Fernanda, es que iré a buscarte a tu mundo de pesadillas para que no estés sola y para que muy pronto nos encontremos en la oscuridad del laberinto y, tomados de la mano, busquemos juntos la salida del laberinto.”
Lo sé, lo sé.
¿Y si inventáramos un segundo sol para que nunca se hiciera de noche?¿Y si aprendiéramos a no dormir?¿Eso bastaría?
¿Eso me hubiera gustado regalarle a mi hija?
Lo que me hubiera gustado de verdad inventar sería un mundo en donde las mamás y los papás no tuvieran que separarse nunca.
Quizá si lo deseamos entre todos…Quizá si lográramos anhelarlo con suficiente fuerza… Acaso en el futuro… Acaso lo consigamos entre todos…
Mientras tanto lo que puedo decirle a mi hija, lo que les decimos nosotros, madres y padres, a ustedes, amadas hijas e hijos amados, es que “Se va a acabar, se los prometemos, se va a acabar, y entonces podrán volver a cerrar los ojos sin miedo porque volverán los buenos sueños para ayudarlos a dormir”.