El libro del silencio
Riaggoé es una pequeña comunidad esquimal del desierto glacial del norte y se asienta en la isla Baffin. Ciento setenta personas que deben ser descendientes de quienes cruzaron el estrecho de Bering hace miles de años. El gobierno de Canadá intentó convencerlos de abandonar ese lugar extremo y alojarlos en territorios más benignos; después quiso apoyarlos con reservas alimenticias y médicas; ha terminado por llevarse a sus hijos y olvidarse de los obstinados adultos, porque es difícil ser amable con quien nada desea. Los funcionarios nunca supieron que debajo de Riaggoé arde un fuego ignoto que de pronto emerge a llamaradas de un suelo sin nieve y calcina a los pobladores. Tampoco supieron que la lengua que se habla en Riaggoé no tiene relación con ninguna otra. La lingüista Jana Kerencsár una vez apoyó la mano abierta en la nieve y luego señaló la silueta resultante. “Huella”, dijo. La mujer innuit que iba con ella comenzó a posar la mano, dejando cientos de huellas hasta formar un tapiz de manos blancas y dio a cada una un nombre distinto. Jana vio entonces un abismo: ese lenguaje es como una gran licuadora que no cesa de revolver el mundo. Jana se ha quedado en ese lugar remoto para comprobar si, como intuye, lo que está acabando con ese pueblo no es el fuego sino las palabras. Que el fuego es el lenguaje, y está consumiendo a esa minúscula comunidad que ya no tiene hijos, que ya no tiene futuro