El viajero de Praga
Contradictoria, sorprendente, articulada sobre la base de personajes que poco a poco revelan el misterio de sus orígenes y las cualidades diversas de sus culturas, El viajero de Praga ha sido calificada por la crítica como la novela de la diáspora. En ella el autor se ocupa de los desplazados en nuestro mundo posmoderno. Un novela cuyo protagonista es el doctor checo Josef Kronz. En este personaje se combinan lo romántico y un escepticismo inteligente. Kronz es el hilo conductor de una historia que traza una parábola entre el barroco de su Praga natal y el barroco americano de Quito. En estas páginas están sus reflexiones, su tristeza, su melancolía, su voz que imaginamos grave, melodiosa, con una percepción risueña, irónica o desencantada de las cosas.
Kronz recuerda sus años de infancia, recogiendo casquillos de balas a las orillas del Moldava en la Praga de posguerra. Una historia que se cuenta con demora, más no con lentitud, porque en todo el texto hay conciencia de un tiempo que no le pertenece. Nos dibuja a trazos rápidos, casi gestuales, las callejuelas de la parte antigua de la ciudad, los años de estudiante de Kronz, las célebres librerías, las tabernas y el encuentro aparentemente fortuito con Lowell y Olga, a quien recuerda con amargura, al punto que sus palabras no pueden disimularlo. Kronz trabajaba en un hospital, siempre en una atmósfera totalitaria cuyos fantasmas le siguen de día y de noche.
Logra salir de su país y asiste a un congreso de médicos en Barcelona, donde se encontrará con el doctor Cuesta, con quien entabla una entrañable amistad y le habla por primera vez de Ecuador. En Barcelona Kronz tiene amoríos con una prostituta, una mujer con una vida privada y una historia que oculta con celo a los ojos de sus clientes. Relación que dejó en él una huella indeleble. Aquí empieza a trabajar como vendedor y veterinario en un sórdido negocio, convirtiéndose luego en cómplice de un tráfico clandestino de animales traídos de la Amazonía. Perseguido por la justicia, se traslada a Sudamérica, en una huida de todos y de sí mismo, exiliado de su mundo y del hombre que ese mundo construyó.
El exilio de Kronz tiene como escenario Quito y los pueblitos del aledaño valle de Los Chillos. De esta manera, la diáspora en El viajero de Praga semeja una caja china. Una idea que se refuerza por la geografía, el clima y el modo de comportamiento de sus pobladores. Su llegada a Quito consituye un adentramiento y un infierno hecho de lluvia y neblina, que se le presenta como un juego de máscaras.
Uno de los nudos de la historia de El viajero de Praga es el ingreso de Kronz en un hospital de la ciudad, en medio de una epidemia que nadie entiende y que a muy pocos importa. Demencia, corrupción, robo, indolencia, desprecio por la condición humana, degradación y decadencia dan cuerpo a esa porción de la sociedad. Es el reino de los olvidados, cuya transformación intenta y no lo consigue. Constata, por último, que las utopías ya no son posibles. Mas Kronz se aferra al amor y como última utopía aparece Violeta, uno de los personajes más significativos de la novela, hecha de encanto y misterio.
En un estilo hecho de precisiones, en un juego de planos inteligente y bien articulado, Javier Vásconez en esta novela no deja nada al azar y dibuja con exactitud las tensiones de su época. El viajero de Praga, como pocas veces sucede en la actual narrativa latinoamericana, presenta un elenco consistente de personajes y una trama bien articulada en la que abundan retos a la imaginación. Se trata de una novela que nos entrega una contemporaneidad esencial, garantía de su trascendencia.