
Hambre
Una mañana, Sylvie despierta y encuentra una nota que le confirma lo inevitable: su pareja la ha abandonado. Después de años de compañía, se enfrenta por primera vez a la soledad. El día a día la abruma: las ovejas cubiertas de suciedad, las verduras descomponiéndose en la huerta, el lodo en sus botas, la ropa empapada que nunca termina de secarse, el miedo persistente y el aislamiento. En un intento desesperado por ganar algo de dinero, decide ofrecerse como detective privada, aunque su única formación proviene de su pasión por las novelas policíacas clásicas. Su primer caso, unas vacas brutalmente degolladas, la arrastra a una trama de secretos y sufrimiento. El paisaje que la rodea es un muro opresivo, y la soledad pesa como una condena. No sabe estar sola. Siente hambre, pero un hambre hueca, sin dignidad, sin consuelo, sin una mano que la sostenga. Es un vacío que le reseca la piel y se adentra en su sangre. No es la pérdida lo que la atormenta, sino la certeza de que esta soledad acabará por consumirla. Pronto entenderá que el amor absoluto es solo una ilusión infantil y que, cuando el cuento de hadas termina, comienza un viaje de venganza y transformación.