La isla de los pelícanos

La isla de los pelícanos

Año: 2010.
Editorial: Prames.

Un joven muy capaz, recién doctorado en botánica, recibe una beca del ministerio para investigar las bromelias epífitas. Lo que parece una importante misión esconde, en realidad, el hecho de que un reputado catedrático quiere apartarlo para favorecer a su hijo y colocarlo de profesor titular. Esta beca de estudios se emplaza en La isla de los Pelícanos, en algún lugar del Atlántico. Es un escenario poblado por personajes que, como él, han sido desplazados porque estorbaban a los mediocres con poder. La curiosa comunidad, en ocasiones un punto surrealista, tiene curiosas tradiciones, entre ellas un sistema de comunicación con un código de colores que se transmite por medio de paraguas. El relato critica el nepotismo, defiende la individualidad frente al adocenamiento de las masas y el absurdo de la globalización. Los personajes destilan ternura, mezclada a veces con el desencanto, lo que inevitablemente lleva a ponerse de parte de los más débiles frente al sistema organizado.

Esto me devolvía a la realidad, y mientras tomaba el desayuno imaginaba cómo sería aquel trozo de tierra perdido entre las brumas del Atlántico. Si he de ser sincero –y es lo que me he propuesto en esta historia–, debo decir que la

Isla de los Pelícanos no era exactamente una isla desierta, había pocas personas en ella, pero no era desierta. O, al menos, eso es lo que me habían dicho en la Universidad.

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