Ladrona de rosas
«¡Es tan guapa como Marlene Dietrich y escribe tan bien como Virginia Wolf!», exclamó, impresionado, al conocerla, el que sería su traductor al inglés.
En efecto, su belleza era lo primero que llamaba la atención en Clarice Lispector (Ucrania, 1920 – Brasil, 1977). Pero esa apariencia suya espectacular –era guapa, era elegante, era exótica, tenía los perfectos modales propios de una esposa de diplomático- escondía muchas cosas. Su origen, para empezar, Clarice era judía (un dato que solía ocultar) y había nacido, con otro nombre y en una fecha distinta a la que figuró durante muchos años en su biografía oficial, en una aldea ucraniana, cuando sus padres, arruinados, perseguidos y aterrorizados, huían de la guerra civil y los pogromos que siguieron a la revolución rusa.
Pero sobre todo, lo que Clarice Lispector ocultó, negó o intentó rebajar durante buena parte de su vida fue su condición de escritora. Prefería ser vista como esposa de diplomático, como madre, como un ama de casa ignorante que sólo leía novelas policíacas… Sin embargo, pocas vidas han estado tan marcadas como la suya por un férrea, obsesiva, vocación literaria. Su primera novela, Cerca del corazón salvaje (1944), causó sensación, por su originalidad, en el mundo literario brasileño. En cambio, las siguientes pasaron desapercibidas: eran obras difíciles, y ella, siguiendo a su marido, había ido a vivir muy lejos de Brasil… Fue una larga «travesía del desierto» -años de soledad y fracaso- que puso a prueba su vocación… Tras divorciarse en 1959, Lispector regresó a Río de Janeiro y publicó sus textos más emblemáticos: La pasión según G.H. (1964), Agua viva (1973), La hora de la estrella (1977) y un puñado de cuentos que le valieron la merecida reputación que ahora tiene: la de una artista genial, que figura entre las escritoras más extraordinarias no sólo de Brasil en el siglo XX, sino de toda la historia de la literatura.