Las almas abatidas
Al igual que en Azul de Kieslowski el personaje de Las almas abatidas, el historiador Teodoro Benevendo, se halla sumido en las brumas de una larga depresión de la que justo ahora (los días que dura la novela) intenta salir echando mano de todo lo que encuentra a su alcance: religión, sexo, la memoria, los fármacos, el psicoanálisis, la carta que escribe a una hija que no existe. Al mismo tiempo, su amigo Ramón Urróstegui, novelista irónico y desengañado, se da a la tarea de contarnos su historia y la forma desesperada en que Teo busca salvarse de dos cosas: la transitoriedad y el suicidio a que lo empuja la melancolía. A través de un proceso de subjetivización y de un sutil fotomontaje ficcional, Ramón se adentra en la vida de su amigo: cómo se originó la depresión, su posterior acendramiento, el rompimiento amoroso con Gachi, su vehemente y dudoso intento de reconciliación con Maura y, por último, el tortuoso camino de salida.
Novela introspectiva y en más de un sentido “problemática” (para usar el término de Ernesto Sábato), Las almas abatidas intenta a cada paso llegar hasta las heces del dilema moral entre la vida y la muerte. Heredera, asimismo, de Esa visible oscuridad, de Styron, esta última novela de Eloy Urroz es ante todo un viaje de escrutinio al logos, una exploración audaz sobre los límites y fracasos de la condición humana: ¿dónde y cómo se origina el dolor?, ¿qué hacer, en última instancia, con la vida?, ¿tiene un sentido la muerte?