Ojos negros
A comienzos de 2002, Miguel, un argentino desempleado, está al borde de la ruina económica, y más grave aún, con la sensación de tener una vida que no vale la pena vivir. Su desamparo no hace más que crecer, y entonces acepta viajar a África para cumplir una misión casi imposible. Una apuesta a ciegas, a todo o nada, donde el todo es la riqueza y el fin de las privaciones, y nada la muerte.
El Congo y Angola son los espacios donde esa apuesta habrá de dirimirse; los diamantes son el trofeo salvador, o acaso su guillotina. Descubriendo su derrotero paso a paso, ignorando muchas veces qué se espera de él, Miguel ingresa sin querer en una trama de traficantes de piedras preciosas. Afuera de ese mundo de riquezas desmesuradas y traiciones automáticas, están los epígonos de una guerra civil, la súbita erupción de la violencia, un policía mexicano que ingresa por azar en la trama y la precipita. Y también afuera, como en un frágil sueño que se niega a ser parte de la pesadilla que lo envuelve, está el amor, una mujer inesperada que lo incita a olvidar su apuesta y que le promete una felicidad que jamás imaginó.
“Ojos negros” es, al cabo, una novela hipnótica, que narra la peripecia de un personaje que descubre siempre un poco tarde qué decisión hay que tomar. En esa demora, su vida vacila, y como en esas distracciones que salvan de un accidente en vez de provocarlo, ahí puede surgir el camino que le haga olvidar el origen de su viaje, la angustia que lo expulsó de la Argentina y esa ambición que a la vez lo exalta y lo aniquila. Sin pausas ni concesiones, Eduardo Sguiglia lleva al lector de la mano a un viaje alucinante, y como no puede ser de otro modo, desemboca en un final sorprendente, donde hacen las paces la literatura y la aventura.